El radicalismo entrerriano frente al espejo: otra vez sin alma, otra vez al servicio del poder de turno

Mientras se escribe esta nota, en algún salón alfombrado y sin ventanas de la capital provincial, los máximos responsables del radicalismo entrerriano se debaten entre dos caminos: permitir que el partido respire una vez más con internas o sellar definitivamente su conversión en estructura satelital del poder de turno.
El Congreso de la Unión Cívica Radical (UCR) entrerriana, convocado para este sábado 2 de agosto, definirá si se concreta un acuerdo con La Libertad Avanza (LLA) que le evite la “molestia” de competir y le garantice, a cambio, un par de lugares en las listas nacionales.
No se trata de una interna cualquiera. Se trata de la decisión de si el radicalismo quiere seguir existiendo como actor político real o si elige, una vez más, desaparecer detrás de sellos ajenos.
Y lo peor es que no sería la primera vez: ya lo hizo en 2015, lo repitió en 2019 y lo consolidó en 2023. En todos los casos, el resultado fue el mismo: la UCR se mimetizó con el espacio dominante y aceptó un rol subordinado, sin voz propia ni plan alternativo.
Dos sectores, dos modelos
La disputa interna, si no es suprimida por el congreso partidario, enfrenta a dos sectores bien definidos. De un lado, el oficialismo encabezado por Atilio Benedetti y Darío Schneider, que controla el comité provincial y busca, sin rodeos, avanzar hacia un acuerdo con La Libertad Avanza, aceptando que el armado nacional de Karina Milei conduzca también la estrategia entrerriana. Del otro, la resistencia encabezada por Rubén Pagliotto y María Elena Herzovich, que intenta mantener viva la llama de un radicalismo con principios, con identidad y con historia.
El sector oficialista argumenta pragmatismo: no hay tiempo, no hay margen, no hay fuerza para ir solos. Entonces, mejor garantizar lugares en las listas y evitar ruidos. El problema es que ese “pragmatismo” se ha convertido en el modo estructural de funcionamiento de la UCR: hace años que no impulsa un proyecto propio, que no presenta una alternativa real, que no pisa la calle con propuestas.
Pagliotto y Herzovich, en cambio, apelan a la dignidad, al ADN radical, a la necesidad de recuperar el debate, la autonomía y la representación partidaria. Pero como en toda historia de resistencia ética en estructuras dominadas por los números, su prédica corre el riesgo de quedar en el rincón del testimonio, con un discurso valiente pero sin quorum.
Sus detractores, incluso dentro del propio partido, aseguran que Pagliotto “juega para otros”. Le cuestionan haberse alejado del radicalismo orgánico hace años, cuando abrazó el experimento del GEN, la fuerza que lidera Margarita Stolbizer, y desde donde buscó sin éxito proyectarse como figura progresista. Muchos atribuyen a ese pasado su actual resurgimiento político, señalando que su candidatura cuenta con el visto bueno del massismo residual en Entre Ríos.
Según esos sectores, detrás del empuje a Pagliotto estaría Guillermo Michel, viejo operador de la AFIP, identificado con Sergio Massa, y aún con capacidad de tejer desde las sombras en acuerdos transversales que buscan entorpecer el pacto violeta. La política, como siempre, es más compleja de lo que parece.
Repetir la rendición
La película ya fue proyectada varias veces. En 2015, el radicalismo entrerriano decidió no competir por la gobernación y apoyar la candidatura de Alfredo De Angeli, un dirigente ajeno al partido, improvisado en sus convicciones y limitado en sus propuestas.
En 2019 y 2023, la UCR aceptó ser furgón de cola de Juntos por el Cambio, resignando su programa, su palabra y su perfil. Y ahora, en 2025, la escena parece calcada: se discute si se evita una interna para sumarse, sin condiciones, al tren libertario.
El reparto que algunos imaginan (dos lugares para los libertarios, con Karina Milei a la cabeza, dos para la UCR, probablemente para Benedetti y alguien de su línea, y uno para el PRO) no es más que una expresión de deseo.
La realidad, según consultas internas y operadores del armado violeta, indica que lo máximo que se le permitiría al radicalismo entrerriano en ese acuerdo sería el primer lugar a senador suplente y el tercer puesto en la lista de diputados nacionales, siempre y cuando cuenten con el visto bueno directo de Karina Milei.
Es decir, ni titulares asegurados, ni juego propio: sólo una concesión simbólica para no romper la alianza.
El mensaje hacia la sociedad es demoledor: no hay convicciones, no hay propuesta propia, no hay ganas de competir. Solo hay operadores. Resta saber cuánto durará esa estructura sin alma.
Lo que está en juego
El congreso radical que se desarrolla este sábado tiene, en realidad, un solo punto de fondo: si el partido va a seguir existiendo o si se va a seguir alquilando. Las decisiones tomadas entre cuatro paredes no solo impactan en el presente, sino que condicionan el futuro del partido en la provincia. Porque ¿para qué afiliarse, militar o participar de un espacio que no tiene ni voluntad de protagonismo ni autonomía para decidir?
Mientras se publicitan pactos como “estratégicos”, lo que se esconde es la claudicación total de una fuerza histórica. Y lo que se presenta como una “unidad superadora” es en realidad una rendición sin condiciones frente a un modelo que desprecia la política, la militancia y el federalismo. El radicalismo entrerriano, una vez más, está a punto de firmar su propio certificado de irrelevancia.
El radicalismo fue columna vertebral del sistema democrático argentino. En Entre Ríos tuvo dirigentes, ideas y presencia territorial. Hoy parece reducido a una franquicia electoral disponible para el mejor postor. Si el congreso aprueba la eliminación de la interna, no solo cerrará la puerta al debate: también apagará otra luz de una tradición centenaria.
Y lo hará sin épica, sin votos, sin historia. Como quien se va sin hacer ruido, pero sabiendo que nadie lo va a extrañar.
Desde algún lugar Sergio Varisco o Sergio Montiel deben miran con tristeza este momento del centenario partido.